Las pescas milagrosas

El fragmento que se recoge a continuación pertenece a una de las homilías sobre las dos pescas milagrosas que narra el Evangelio, y que san Agustín interpreta como figuras de la Iglesia en el tiempo presente y en la vida eterna.

San Agustín,Sermo 251,1.1-8.7

La pesca de nuestro Libertador es nuestra liberación. Dos pescas del Señor encontramos en el santo Evangelio, es decir, dos ocasiones en que se echaron las redes por orden suya: la primera cuando eligió a los discípulos y la otra después de resucitar de entre los muertos. Aquella pesca simbolizó a la Iglesia tal como es en el tiempo presente; la otra, en cambio, posterior a la Resurrección del Señor, simbolizó a la Iglesia como ha de ser al final de los siglos.

Así, en la primera mandó que echasen las redes, aunque no dijo para qué lado; sólo que se echasen. Los discípulos lo hicieron, pero no se les indicó si a la derecha o hacia la izquierda. Como los peces simbolizan a los hombres, si hubiese dicho a la derecha, se entendería que sólo los habría buenos; si a la izquierda, que sólo malos. Pero como en la Iglesia se iban a encontrar mezclados buenos y malos, se echaron las redes indistintamente, para capturar peces que simbolizasen la mezcla de unos y otros.

Esta pesca contiene en símbolo estas tres cosas: la mezcla de buenos y malos, la opresión de la muchedumbre y las escisiones de los herejes

También en esta primera pesca está escrito que cogieron tantos peces que ambas barcas, estando llenas, se hundían; es decir, que el peso hacía prever el hundimiento. Ninguna de las dos se hundió, pero corrieron ese peligro. ¿De dónde les venía? De la cantidad de peces. Simbólicamente, vemos expresado que la disciplina iba a hallarse en peligro a causa de la muchedumbre que entraría en la Iglesia. En aquella pesca se añade además —así está narrado— que hasta las redes se rompieron por la cantidad de peces. ¿Qué significaban las redes rotas sino los cismas del futuro? Esta pesca contiene en símbolo estas tres cosas: la mezcla de buenos y malos, la opresión de la muchedumbre y las escisiones de los herejes (...).

Centrad vuestra atención ahora en la otra pesca que hoy se ha leído. Tuvo lugar después de la Resurrección del Señor, para dar a entender cómo será la Iglesia después de nuestra resurrección. “Echad -les dijo- las redes a la derecha”[1]. Queda, pues, separado el número de los que estarán a la derecha. Recordáis que el Señor dijo que vendría en compañía de los ángeles, y que se reunirían en su presencia todos los pueblos, y que los separará como el pastor separa las ovejas de los cabritos, colocando aquéllas a su derecha y éstos a su izquierda. A las ovejas dirá: “venid, recibid el reino”[2]; a los cabritos: “id al fuego eterno”[3] (...).

Se echaron las redes a la derecha, y no podían levantarlas por la cantidad de peces. También en la primera pesca se habla de una gran cantidad, pero aquí se da un número fijo; se indica la cantidad y la calidad, a diferencia de la otra, que no precisa número (...).

“Arrastraron –dice- las redes hasta la orilla”[4]. Pedro arrastró las redes hasta la orilla; acabáis de escucharlo cuando se leyó el Evangelio. Cuando oyes hablar de orilla piensa en el límite del mar, y cuando escuchas las palabras “límite del mar”, entiende el fin del mundo presente. En la primera pesca no se arrastraron las redes hasta la orilla, pues los peces capturados se echaron en las barcas. En ésta, en cambio, las arrastraron hasta la orilla. Espera el fin del mundo, fin que ha de llegar para bien de los que estén a la derecha y para mal de los que estén a la izquierda. ¿Cuántos fueron los peces? “Arrastraron –dice- las redes, que contenían ciento cincuenta y tres peces”[5]. Y el evangelista añadió algo muy importante: y, a pesar de ser tantos[6], es decir, de ser tan grandes, “no se rompió la red”. Serán grandes pero no habrá herejías, y no habrá herejías precisamente porque serán grandes. ¿Pero quiénes son esos grandes?

Lee las palabras del Señor en el Evangelio y encontrarás quiénes son. Dice en cierto lugar: “no vine a abrogar la ley y los profetas, sino a cumplirla. En verdad os digo: Quien violare uno de estos mis mandatos menores y enseñare así, será tenido por el menor en el reino de los cielos”[7] (...). Pero ¿en qué reino de los cielos? En la Iglesia del tiempo presente, porque también a ella se le llama reino de los cielos (...). Es decir, en la Iglesia de este tiempo es considerado como el menor el que enseña el bien y practica el mal, pues en ella se encuentra también el mal. No está excluido de ella; está en el reino de los cielos, es decir, en la Iglesia tal como es en el tiempo presente. Enseña el bien y practica el mal, pero es necesario, es como un mercenario. “En verdad os digo -afirma-, ya recibieron su recompensa”[8] (...). “Quien en cambio los cumpla y enseñe a hacerlo así, será considerado grande en el reino de los cielos”[9]. He aquí aquellos peces grandes capturados a la derecha. “Quien los cumpla y enseñe a hacerlo así”, es decir, practica y enseña el bien (...).

¿Qué necesidad tenemos de repetir el significado del número de peces, los 153? Lo conocéis ya. Se forma a partir del 17. Comienza por el 1, y añade uno tras otro por orden hasta llegar al 17; esto es: al 1 suma 2, y son 3; añade 3, y son 6; 4, y son 10. Haz lo mismo con todos hasta el 17, y obtendrás el 153. Todo nuestro esfuerzo debe dirigirse a averiguar qué se oculta en el número 17, pues en él está la clave del 153.

¿Qué significado se encierra en aquel número? En la ley puedes ver el 10. Primeramente se dieron diez preceptos, el decálogo, del que se dice que fue escrito por el dedo de Dios. En la ley puedes ver el 10; en el 7 reconoce al Espíritu Santo, pues El suele manifestarse bajo este número (...). Súmese a la ley el Espíritu, puesto que si recibes la ley y te falta la ayuda del Espíritu, no cumples lo que lees, no cumples lo que se te ordena (...).

Eso son los santos: los que cumplen la ley de Dios con el auxilio del Señor

¿Por qué dice el apóstol Pablo que “la letra mata, pero el Espíritu vivifica”?[10]. ¿Cómo vivifica el Espíritu? Haciendo que se cumpla la letra para que no mate. Eso son los santos: los que cumplen la ley de Dios con el auxilio del Señor. La ley puede mandar, pero no ayudar. Se asocia como auxiliador el Espíritu, y se cumple lo mandado por Dios con gozo y satisfacción. Muchos son, en efecto, los que lo cumplen por temor. Mas quienes cumplen la ley por temor al castigo preferirían que no existiese lo que temen. Quienes, en cambio, cumplen la ley por amor a la justicia, gozan también con ella, puesto que no la consideran como enemiga.

Esta es la razón por la que dice el Señor: “haz luego las paces con tu adversario mientras estás de camino con él”[11]. ¿Quién es tu adversario? La palabra de la ley. ¿Cuál es el camino? La vida presente. ¿Cómo la palabra de la ley puede ser tu adversario? (...). Si ves que aquella palabra te ordena una cosa y tú haces otra, se convierte en tu adversario. Tienes un adversario difícil; procura que no entre contigo ante el tribunal; ponte de acuerdo con él mientras caminas a su lado. Está Dios para poneros de acuerdo. ¿Cómo? Perdonándoos los pecados e inspirándoos la justicia para que realicéis las buenas obras.

Una vez que con la ayuda del Espíritu hayas hecho las paces con tu adversario, es decir, con el decálogo de la ley, formarás parte del número 17, que se aumentará hasta el 153. Estarás a la derecha para recibir la corona; no te quedes a la izquierda para merecer la condena.


[1] Ioann. XXI, 6.

[2] Cfr. Matth. XXV, 31-4l.

[3] Ibid.

[4] Cfr. Ioann. XXI, 8-11.

[5] Ibid.

[6] Ibid.

[7] Cfr. Matth. V, 17-19.

[8] Matth. VI, 2.

[9] Cfr. Matth. V, 19.

[10] II Cor. III, 6.

[11] Matth. V, 25.