Vida de María (IV): Los desposorios con José

Cuando la vida de María y la de José se unen, el culmen de la historia está más próximo que nunca. La escena del matrimonio ocupa la cuarta entrega de la "Vida de la Virgen" en este año mariano en el Opus Dei.

Está cercana la plenitud de los tiempos. La predestinada para ser Madre de Dios aún no lo sabe. Ha crecido y se ha hecho mujer. Pero la Trinidad Santa le prepara un matrimonio santo que custodiará su virginidad. El Hijo de Dios hecho hombre, Mesías de Israel y Redentor del mundo, ha de nacer y crecer en el seno de una familia.

Es muy probable —todos los indicios apuntan en esa dirección— que, por aquellas fechas, los padres de la Virgen ya habrían fallecido. María debía de vivir en casa de algún pariente, que se habría hecho cargo de Ella cuando quedó huérfana. Al aproximarse la edad en que las doncellas de Israel solían contraer matrimonio, en torno a los quince años, el jefe de aquella familia, como representante del padre de Myriam, tuvo que ocuparse de esa cuestión. Y se concertó el matrimonio de María con José, el artesano de Nazaret.

Pocas noticias nos dan los Evangelios sobre el esposo de María. Sabemos que también él pertenecía a la casa de David, y que era un varón justo ( Mt 1, 19), es decir, un hombre que —como afirma la Escritura— se complace en la Ley del Señor, y noche y día medita en su Ley ( Sal 1, 2). La liturgia le aplica unas palabras inspiradas: el justo florecerá como palmera, crecerá como cedro del Líbano ( Sal 91 [92] 13).

"¿Cómo se hará esto. Porque no conozco varón". Esta respuesta, cuando ya era la prometida de José de Nazaret, no tiene más que una explicación: María tenía la firme determinación de permanecer virgen.

El evangelio de San Lucas narra que cuando el Arcángel Gabriel le anuncia, de parte de Dios, la concepción de un hijo, María responde: ¿Cómo se hará esto? Porque no conozco varón ( Lc 1, 34). Esta respuesta, cuando ya era la prometida de José de Nazaret, muestra que María tenía la firme determinación de permanecer virgen. No hay motivos humanos que justifiquen esa decisión, más bien rara en aquella época. Toda joven israelita, y más si pertenecía a la descendencia de David, abrigaba en su corazón la ilusión de contarse entre los ascendientes del Mesías. La Tradición de la Iglesia explica esa firme determinación como fruto de una inspiración especialísima del Espíritu Santo, que estaba preparando a la que iba a ser Madre de Dios. Ese mismo Espíritu le hizo encontrar al varón que sería su virginal esposo.

No sabemos cómo se encontraron María y José. Si la Virgen, como es probable, habitaba ya en Nazaret —una pequeña aldea de Galilea— se conocerían desde tiempo atrás. En cualquier caso es lógico pensar que —antes de celebrarse los desposorios— María comunicó a José su propósito de virginidad. Y José, preparado por el Espíritu Santo, descubriría en esa revelación una voz del cielo: muy probablemente también él se había sentido impulsado interiormente a dedicarse en alma y cuerpo al Señor. No es posible imaginar la concordia que se estableció entre esos dos corazones después de los desposorios, ni la paz interior que rebosaba en sus almas.

A José, noble de sangre y más noble aún de espíritu, la Iglesia aplica el elogio que la Sabiduría divina había hecho de Moisés: "fue amado de Dios y de los hombres y su memoria es bendecida".

Todo es muy sobrenatural en esta escena de la vida de María y, al mismo tiempo, es todo muy humano. Esa misma sencillez —tan propia de las cosas divinas— explica las narraciones piadosas que pronto se formaron sobre los desposorios de María y José; un relato lleno de sucesos maravillosos, que el arte y la literatura han inmortalizado. Según esas fuentes, cuando María llegó a la edad de contraer matrimonio, Dios mostró milagrosamente a los sacerdotes del Templo de Jerusalén y a todo el pueblo quién era el elegido como esposo de María.

El hecho histórico debió de ser mucho más sencillo. El lugar de los desposorios pudo muy bien ser Nazaret. Cuando la familia de María llegó a un acuerdo con José, se celebrarían los esponsales, que en la Ley mosaica tenían la misma fuerza que el matrimonio. Pasado algún tiempo, el esposo debía conducir a la novia a su propia casa. En ese lapso de tiempo tuvo lugar la Anunciación.

El episodio de los desposorios con José reviste gran importancia en la vida de la Virgen. José era de la estirpe real de David y, en virtud de su matrimonio con María, conferirá al hijo de la Virgen —Hijo de Dios— el título legal de hijo de David, cumpliendo así las profecías. A José, noble de sangre y más noble aún de espíritu, la Iglesia aplica el elogio que la Sabiduría divina había hecho de Moisés: fue amado de Dios y de los hombres y su memoria es bendecida ( Sir 45, 1).

María sólo sabe que el Señor ha querido desposarla con José, un varón justo que la quiere y la protege. José sólo sabe que el Señor desea que sea custodio de María. Israel ignora a esta pareja de recién casados. José siempre callado. María discreta siempre. Pero Dios se complace y los ángeles se admiran.


LA VOZ DEL MAGISTERIO

«El evangelio de Lucas, al presentar a María como virgen, añade que estaba "desposada con un hombre llamado José, de la casa de David" ( Lc 1, 27). Estas informaciones parecen, a primera vista, contradictorias».

«Hay que notar que el término griego utilizado en este pasaje no indica la situación de una mujer que ha contraído el matrimonio y por tanto vive en el estado matrimonial, sino la del noviazgo. Pero, a diferencia de cuanto ocurre en las culturas modernas, en la costumbre judaica antigua la institución del noviazgo preveía un contrato y tenía normalmente valor definitivo: efectivamente, introducía a los novios en el estado matrimonial si bien el matrimonio se cumplía plenamente cuando el joven conducía a la muchacha a su casa».

«En el momento de la Anunciación, María se halla, pues, en la situación de esposa prometida. Nos podemos preguntar por qué había aceptado el noviazgo, desde el momento en que tenía el propósito de permanecer virgen para siempre. Lucas es consciente de esta dificultad, pero se limita a registrar la situación sin aportar explicaciones. El hecho de que el evangelista, aun poniendo de relieve el propósito de virginidad de María, la presente igualmente como esposa de José, constituye un signo de que ambas noticias son históricamente dignas de crédito».

«Se puede suponer que entre José y María, en el momento de comprometerse, existiese un entendimiento sobre el proyecto de vida virginal. Por lo demás, el Espíritu Santo, que había inspirado en María la opción de la virginidad con miras al misterio de la Encarnación y quería que ésta acaeciese en un contexto familiar idóneo para el crecimiento del Niño, pudo muy bien suscitar también en José el ideal de la virginidad».

«El ángel del Señor, apareciéndosele en sueños, le dice: "José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en Ella es del Espíritu Santo" ( Mt 1, 20). De esta forma recibe la confirmación de estar llamado a vivir de modo totalmente especial el camino del matrimonio. A través de la comunión virginal con la mujer predestinada para dar a luz a Jesús, Dios lo llama a cooperar en la realización de su designio de salvación».

«El tipo de matrimonio hacia el que el Espíritu Santo orienta a María y a José es comprensible sólo en el contexto del plan salvífico y en el ámbito de una elevada espiritualidad. La realización concreta del misterio de la Encarnación exigía un nacimiento virginal que pusiese de relieve la filiación divina y, al mismo tiempo, una familia que pudiese asegurar el desarrollo normal de la personalidad del Niño».

«José y María, precisamente en vista de su contribución al misterio de la Encarnación del Verbo, recibieron la gracia de vivir juntos el carisma de la virginidad y el don del matrimonio. La comunión de amor virginal de María y José, aun constituyendo un caso especialísimo, vinculado a la realización concreta del misterio de la Encarnación, sin embargo fue un verdadero matrimonio».

«La dificultad de acercarse al misterio sublime de su comunión esponsal ha inducido a algunos, ya desde el siglo II, a atribuir a José una edad avanzada y a considerarlo el custodio de María, más que su esposo. Es el caso de suponer, en cambio, que no fuese entonces un hombre anciano, sino que su perfección interior, fruto de la gracia, lo llevase a vivir con afecto virginal la relación esponsal con María».

«La cooperación de José en el misterio de la Encarnación comprende también el ejercicio del papel paterno respecto de Jesús. Dicha función le es reconocida por el ángel que, apareciéndosele en sueños, le invita a poner el nombre al Niño: "Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados" ( Mt 1, 21)».

Juan Pablo II (siglo XX), Catequesis mariana en la audiencia del 21-VIII-1996.

* * * LA VOZ DE LOS PADRES DE LA IGLESIA

«Al crecer la niña, cuando ya no era necesario amamantarla, sus padres se apresuraron a llevarla al templo para ofrecerla a Dios y cumplir así la promesa que habían hecho. Los sacerdotes la educaron en el santuario, del mismo modo que había sido educado Samuel (cfr. 1 Sam 1, 24 ss). Después, cuando se convirtió en una adolescente, tuvieron consejo para decir qué hacer de aquel cuerpo santo sin ofender al Señor. Pareció un absurdo someterla a las leyes de la naturaleza dándola como esposa a un hombre; pensaban que sería sacrílego que un hombre se convirtiese en dueño de lo que había sido consagrado al Señor. Efectivamente, era conforme a la ley que el varón se convirtiese en dueño de su esposa».

«Por otra parte, la ley no permitía que un mujer habitase en el templo junto a los sacerdotes y se mostrase en el interior del santuario, cosa contraria también a la honestidad y a la dignidad de la ley. Tras discutir estos problemas, tomaron una decisión verdaderamente inspirada: confiarla, bajo la forma de un matrimonio, a un hombre que ofreciese todas las garantías de respeto a su virginidad».

«Se encontró en José el hombre adecuado para aquella situación. Además, era de la misma tribu y familia de la Virgen. Siguiendo el consejo de los sacerdotes, José desposó a la doncella, pero la relación matrimonial quedó excluida de aquellas nupcias».

San Gregorio de Nisa (siglo IV), Homilía sobre la Natividad del Señor (PG 46, 1140 A-B).

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«Sin duda los misterios divinos son ocultos y, como ha dicho el profeta, no es fácil al hombre, cualquiera que sea, llegar a conocer los designios de Dios (cfr. Is 40, 13). Por eso el conjunto de acciones y enseñanzas de nuestro Señor y Salvador nos dan a entender que un designio bien pensado ha hecho elegir con preferencia, para Madre del Señor, a la que había sido desposada con un varón».

«Mas ¿por qué no fue hecha madre antes de sus esponsales? Puede ser para que no se pudiera decir que había concebido adúlteramente. Y con razón ha indicado la Escritura estas dos cosas: Ella era esposa y virgen; virgen, para que apareciera limpia de toda relación con un varón; desposada, para sustraerla al estigma infamante de una virginidad perdida, a la que su embarazo pudo haber manifestado su caída. El Señor ha querido mejor permitir que algunos dudasen de su origen que de la pureza de su Madre; sabía él cuán delicado es el honor de una virgen, cuán frágil la fama del pudor; no juzgó conveniente establecer la verdad de su origen a expensas de su Madre. Así fue preservada la virginidad de Santa María, sin detrimento para su pureza, sin violar su reputación».

San Ambrosio (siglo IV). Tratado sobre el Evangelio de San Lucas, libro II, n. 1.

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LA VOZ DE LOS SANTOS

"Es regla general de todas las gracias singulares comunicadas a una criatura racional que, cuando la gracia divina elige a alguien para un oficio especial o algún estado muy elevado, concede todos los carismas necesarios a aquella persona para el ministerio que ha de desempeñar, y la adorna de ellos con profusión».

«Esto se ha realizado de un modo excelente en la persona de San José, que hizo las veces de padre de nuestro Señor Jesucristo y que fue verdadero esposo de la Reina del universo y Señora de los ángeles. José fue elegido por el eterno Padre como protector y custodio fiel de sus principales tesoros, esto es, de su Hijo y de su Esposa, y cumplió su oficio con absoluta fidelidad. Por eso le dice el Señor: Bien, siervo bueno y fiel; entra en el gozo de tu Señor ( Mt 25, 21)».

«Si miramos la relación que tiene José con la Iglesia universal, ¿no es éste el hombre especialmente elegido, por el cual y bajo el cual Cristo fue introducido en el mundo de un modo ordenado y honesto? Por tanto, si toda la Iglesia está en deuda con la Virgen Madre, ya que por medio de Ella recibió a Cristo, de modo semejante debe a José, después de a María, una especial gratitud y reverencia».

«José viene a ser el broche que cierra el Antiguo Testamento, ya que en él la dignidad patriarcal y profética alcanzan el fruto prometido. Además, él es el único que poseyó corporalmente lo que la condescendencia divina había prometido a los patriarcas y a los profetas».

«Hemos de suponer, sin duda alguna, que aquella familiaridad, respeto y altísima dignidad que Cristo tributó a José mientras vivía aquí en la tierra, como un hijo a su padre, no se la ha negado en el cielo; al contrario, la ha colmado y consumado».

San Bernardino de Siena (siglo XV). Sermón 2, sobre San José, 7. 16. 27-30.

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«Tomé por abogado y señor al glorioso San José y encomendéme mucho a él. Vi claro que así de esta necesidad como de otras mayores de honra y pérdida de alma este padre y señor mío me sacó con más bien que yo le sabía pedir. No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado Santo, de los peligros que me ha librado, así de cuerpo como de alma; que a otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad, a este glorioso Santo tengo experiencia que socorre en todas y que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra —que como tenía el nombre de padre, siendo ayo, le podía mandar—, así en el cielo hace cuanto le pide».

«Querría yo persuadir a todos fuesen devotos de este glorioso Santo, por la gran experiencia que tengo de los bienes que alcanza de Dios. No he conocido persona que de veras le sea devota y haga particulares servicios, que no la vea más aprovechada en la virtud; porque aprovecha en gran manera a las almas que a él se encomiendan. Paréceme ha algunos años que cada año en su día le pido una cosa, y siempre la veo cumplida. Si va algo torcida la petición, él la endereza para más bien mío».

«Si fuera persona que tuviera autoridad de escribir, de buena gana me alargara en decir muy por menudo las mercedes que ha hecho este glorioso Santo a mí y a otras personas; mas por no hacer más de lo que me mandaron, en muchas cosas seré corta más de lo que quisiera, en otras más larga que era menester; en fin, como quien en todo lo bueno tiene poca discreción. Sólo pido por amor de Dios que lo pruebe quien no me creyere, y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a este glorioso Patriarca y tenerle devoción. En especial, personas de oración siempre le habían de ser aficionadas; que no sé cómo se puede pensar en la Reina de los ángeles en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús, que no den gracias a San José por lo bien que les ayudó en ellos. Quien no hallare maestro que le enseñe oración, tome este glorioso Santo por maestro y no errará en el camino».

Santa Teresa de Jesús (siglo XVI). Libro de su vida , cap. 6, nn. 6-8.

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«No estoy de acuerdo con la forma clásica de representar a San José como un hombre anciano, aunque se haya hecho con la buena intención de destacar la perpetua virginidad de María. Yo me lo imagino joven, fuerte, quizá con algunos años más que Nuestra Señora, pero en la plenitud de la edad y de la energía humana».

«Para vivir la virtud de la castidad, no hay que esperar a ser viejo o a carecer de vigor. La pureza nace del amor y, para el amor limpio, no son obstáculos la robustez y la alegría de la juventud. Joven era el corazón y el cuerpo de San José cuando contrajo matrimonio con María, cuando supo del misterio de su Maternidad divina, cuando vivió junto a Ella respetando la integridad que Dios quería legar al mundo, como una señal más de su venida entre las criaturas. Quien no sea capaz de entender un amor así, sabe muy poco de lo que es el verdadero amor, y desconoce por entero el sentido cristiano de la castidad».

San Josemaría Escrivá de Balaguer (siglo XX). Es Cristo que pasa , n. 40.

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LA VOZ DE LOS POETAS

Pretendiendo la mano de María

los mozos de su tribu, al bendecido

templo llevan sus báculos un día,

mas sólo el de Joséf ha florecido.

A tiempo en que bajando una paloma

de Salomón al vástago fecundo

decir parece: —Para nido toma

aquesta rama el Redentor del mundo.

Iniciada María en el misterio,

fía a Joséf el virginal tesoro,

y del Real Profeta en el salterio

las hijas de Israel cantan a coro.

Siete auroras después, al maridaje

volaron sus angélicos amores,

bajo un dosel de trémulo follaje

que da a esparcir al céfiro sus flores.

El serafín saluda a los Esposos

entre aligeras aves confundido;

y con rosados labios olorosos

la flor sus pies adora y su vestido.

Entre luces y rosas y doncellas

se encamina al altar resplandeciente,

mirándola celosas las estrellas

que ya quisieran coronar su frente.

El ángel del amor y la inocencia

los cubre de sus alas con el velo;

el que recoge su divina esencia,

nunca tan pura la ha subido al cielo.

Joséf, que no osa levantar la vista

al sol de sus ensueños, en su hermoso

dedo pone un anillo de amatista,

y la Virgen de Sión sigue a su esposo.

Jacinto Verdaguer (siglo XIX). Flors de Maria (Traducción al castellano en "Vida de San José", de José Ildefonso Gatell)

J. A. Loarte